Las tres Vidas de nadie

Primer capítulo

12-4-2027

Apenas consigo imaginar un sol tras las densas nubes que abruman mi alma, amenazando con la eterna tormenta cuyos relámpagos, en la lejanía, ya me hacen estremecer. Puedo sentir cómo se acerca el día en que solo habrá oscuridad y, aun así, continúo avanzando por el tortuoso sendero de la esperanza irrealizable, repleto de promesas de vida que me matan una y otra vez.

A este extremo he llegado porque no he conocido más vida que el ir muriendo, más amor que el ir odiando ni más felicidad que la de estar a punto de llorar por querer vivir y amar.

¿Y cuál es el sentido de todo este dolor? Esa es la pregunta a la que entrego mi vida. Tras años de hondas reflexiones he llegado a la conclusión de que solo existe un modo de hallar la respuesta: destruiré el mundo.

Si el ser humano es más que un cúmulo de casualidades, algo me impedirá hacerlo; en caso contrario, terminaré para siempre con este absurdo sufrimiento.

Este es el tiempo, yo soy el hombre; hallaré la respuesta o no habrá más preguntas.

Diario de Saabrax

Millones de personas se desplazaban de un lado al otro de la ciudad mientras el cielo observaba en perpetuo silencio. Los pájaros habían sido ahuyentados por medio de campos electromagnéticos que establecían fronteras en los límites del terreno. Las nubes, engañadas por el hechizo del nitrato de plata, eran constantemente atraídas a las zonas destinadas al cultivo y almacenamiento de agua.

Toda la urbe daba la impresión de ser una inmensa habitación tristemente decorada, sucia, abarrotada de inquilinos despreciables y con el techo pintado de azul. Pero un azul manchado, emborronado, como visto entre lágrimas.

Saabrax caminaba por una de las calles que componían aquella vasta  ciudad. A pesar de no ir a ningún sitio, andaba con celeridad, mientras apretaba los puños y fijaba sus brillantes ojos firmemente en el suelo. De pronto, se detuvo. No sabía muy bien por qué, pero ya no podía seguir caminando, sus piernas eran incapaces de dar un solo paso más. Abrió los puños, que escondían unos dedos temblorosos, y el brillo de sus ojos comenzó a resbalar a través de las pálidas mejillas, que enrojecían levemente pero sin atreverse a alcanzar un auténtico color.

Se desplomó en el suelo y dio rienda suelta a su dolor, contenido durante años. Sus ojos se desangraron lentamente, mientras su corazón despedía el alegre latir de los sentimientos y comenzaba a convertirse en una simple máquina, otra más, una entre miles de millones.

El hombre que se levantó del suelo nada tenía que ver con aquel que había caído unos minutos antes. La mirada muerta, los brazos colgando, el paso rítmico… y todo el amor que una vez había sentido por el ser humano, toda la pasión que le había puesto a la vida, todos sus anhelos y esperanzas… todo se había desvanecido dando lugar a un intenso y ardiente odio.

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